Y siento pena...


7 días (y diez años) separan mi nacimiento de aquel 20 de noviembre de 1975 cuando un Arias Navarro, compungido y lloroso, pronunciaba la ya célebre frase: "españoles, Franco ha muerto". 7 esplendidos días que me desligan históricamente de tener nada que ver con aquel que se hizo llamar "el Caudillo". Porque aunque España vomitaba por fin toda la represión contenida durante 36 años de dictadura, creo que no soportaría llevar a mis espaldas un aniversario como ese.
Llegó la transición y con ella la democracia. La que me ha visto crecer. La que me dio libertad y opciones. A mí y curiosamente a todos aquellos veinteañeros que, altivamente y sin despeinarse, se hacen llamar franquistas. Realmente no encuentro nada más singular que eso.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos a ¿Lucía?...sí, Lucía esta bien. Mujer, de 20 años de edad, sentada a las cinco de la mañana en un pub, que tras venir de darse un revolcón con aquel chico moreno que ha conocido hace tres horas antes en la discoteca y vestida con un atuendo que no deja nada a la imaginación, deja sobre la mesa el llavero del Real Madrid estampado sobre una bandera franquista de la que cuelgan las llaves de su coche. A continuación, se enciende un cigarrillo y se lo lleva a sus labios mientras comenta a sus otras tres amigas que "lo mejor que le habría pasado a España ayer es que los 20 inmigrantes que intentaron llegar al país en patera se hubieran ahogado en el estrecho". Todas ríen. Parece que el comentario ha surgido el efecto deseado. Lucía vuelve a reír.
Bonita estampa, ¿verdad?.
Pues bien. Yo supongo que nuestra Lucía se debe de querer bien poco. Para mí no hay nada más contradictorio que la dicotomía: mujer - franquista. Pero sin embargo, la tienes allí, sentada en aquel pub haciendo alarde de una ideología fascista que, ingnorante de ella, no le habría permitido ni salir de su casa a las diez de la noche. Que la habría tachado de prostituta por su actitud, digamos promiscua, con los hombres. Que jamás le hubiera dejado ni comprar ese atuendo que pavoneantemente lleva puesto. Que le habría quitado el cigarrillo de la boca... fumar es cosa de hombres, le habría dicho. Porque a esa edad, una buena mujer franquista ya debería de estar casada, o al menos con un buen novio, esos que se suelen llamar "un buen partido". Con la casa bien limpia. Pero para más inri, nuestra querida Lucía es además madridista. Sí señores. Le gusta ver jugar al Real Madrid. Ese equipo formado, como la mayoría, por un alto porcentaje de jugadores extranjeros. Ahm, claro, que tonta de mí. ¡Esos no han llegado en patera, ni han dejado atrás Perú para buscar un futuro mejor!. Esos son famosos, y tienen dinero. Entonces no importa que sean de otro país... curioso, ¿verdad?.
Pero Lucía se siente grande, y cuando sale del pub pasa al lado de un moro que esta vendiendo relojes apostado en una cera. Ella lo mira con desprecio y escupe. Porque ella es diferente. Ella es superior. Ella jamás podría relacionarse con gente como aquella... si se le puede llamar gente... Y al pasar a su lado se contonea como una hiena, mostrando su bolso de Tous y mirándolo por encima del hombro con un gesto de desprecio.
Y es feliz...
El problema es que la Lucía ficticia que hoy he creado existe. Y siento pena. Siento mucha pena, porque el ser humano puede llegar a ser tan soberbio que prefiere vivir en la ignorancia y seguir defendiendo la intolerancia y la xenofobia si eso le reporta un poquito más de arrogancia a sus vidas.
Realmente siento tanta pena...

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1 comentarios:

Sasha dijo...

No te preocupes, no estás sola en esa pena.
Un besote

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